¿Por qué es un reto enfrentarse a los miedos propios?
Muchos miedos se esconden bajo una máscara y hay que trabajarlos para conseguir que dejen de limitarnos
¿Por qué es importante comprometerse fuera del despacho?
Sin ningún tipo de duda, si existen unas palabras que describen la sociedad hoy en día son velocidad, productividad y conexión permanente. Todo va más deprisa de lo que podemos asumir, en el trabajo debemos ser lo más productivos posible y estamos conectados 24/7. Sin que nos demos cuenta, esto moldea nuestras conductas y la manera en la que nos relacionamos con los demás y también con nosotros mismos.
No obstante, por mucho que haya cambiado nuestro contexto, existen tres miedos profundamente enraizados que continúan moldeando silenciosamente el comportamiento humano: el miedo a la soledad, el miedo a la muerte y el miedo a la oscuridad. Aunque cada uno tiene su propia naturaleza y se expresa de manera diferente, todos comparten un hilo común: la vulnerabilidad humana ante lo desconocido, ante aquello que no podemos controlar y que, sin embargo, condiciona nuestras decisiones cotidianas. Al igual que les pasaba a nuestros ancestros, no tener el control nos provoca miedo y este miedo, si no lo gestionamos debidamente, puede suponer un bloqueo para nosotros.
El miedo a la soledad se esconde bajo listas interminables de tareas y agendas repletas de actividades
Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza. No nos gusta estar solos, no hemos sido diseñados para estar solos, en absoluto. El miedo a la soledad es quizá uno de los más extendidos y menos reconocidos. A menudo, no se manifiesta como una confesión abierta —pocas personas admiten tenerle miedo a quedarse solas— sino como una estrategia constante para evitar los espacios de silencio.
Muchas personas llenan su agenda de actividades, tareas y compromisos sin descanso. No se trata simplemente de tener una vida ocupada, sino de una especie de hiperactividad emocional que intenta proteger a las personas del encuentro consigo mismas.
Vivimos conectados, disponibles a un mensaje, una alerta o una llamada; buscamos compañía física o digital para no enfrentar la sensación de vacío que emerge cuando se detiene el ruido externo.
Muchas personas que pasan por mi despacho y se dan cuenta de que en realidad lo que les pasaba es que tenían miedo a quedarse solas consigo mismas, alucinan porque es algo que arrastran desde que empezaron su camino con personas adultas y, al darse cuenta de ello, ven lo mucho que esto influía en su día a día.
El miedo a la muerte se esconde bajo síntomas intermitentes y estados de hipocondriasis
Por otro lado, el miedo a la muerte es uno de los miedos acompaña al ser humano desde siempre, pero en nuestra época adquiere nuevas formas.
Para algunas personas, este temor se intensifica hasta el punto de convertirse en hipocondría, una preocupación constante por la salud que transforma cualquier síntoma en una señal de peligro inminente. La hipocondría no se limita a un miedo irracional, es una forma de intentar ejercer control sobre lo incontrolable. Revisar síntomas, buscar diagnósticos en internet, acudir repetidamente a especialistas… todo ello funciona como un intento de tranquilizar la mente, aunque el alivio dure apenas unos minutos. Este miedo, más que a la muerte en sí, suele ser un miedo a la incertidumbre, a la pérdida de control sobre el propio cuerpo.
Muchas personas han llegado a mi despacho después de incontables diagnósticos fallidos intentando descubrir qué es lo que pasa, cuál es el motivo del malestar y por qué cuando se consigue atenuar un síntoma aparece otro…
El miedo a la oscuridad se esconde bajo recuerdos de niñez en los que nos quedamos solos por un instante y nos sentimos abandonados
El tercer miedo que quiero compartir con vosotros es el miedo a la oscuridad, uno de los temores más primarios, arraigado en la infancia y, en muchos casos, ligado a experiencias traumáticas o a la imaginación desbordada de los primeros años.
La oscuridad simboliza lo desconocido: aquello que no podemos ver, lo que se esconde, lo que podría aparecer sin aviso. Aunque de adultos aprendemos a racionalizar la ausencia de luz, en algunas personas persisten sensaciones que se activan en espacios cerrados, en pasillos nocturnos o en momentos de vulnerabilidad. Este miedo funciona como una memoria emocional que guarda ecos de inseguridades pasadas.
No siempre se trata de tener miedo a “algo” específico en la oscuridad, sino a lo que la oscuridad representa: la falta de control, la exposición, la sensación de estar desprotegidos. Cuando esto pasa, recordamos aquel día que nos quedamos unos instantes a oscuras en la habitación cuando éramos pequeños, aquel día que de repente nos dimos cuenta de que papá no estaba detrás cuando creíamos que sí que estaba allí… Estas pequeñas circunstancias, de manera inconsciente, dejaron huella en nosotros en forma de miedo.
El denominador común de estos tres miedos
Cuando observamos estos tres miedos en conjunto, descubrimos que todos hablan de una misma cosa: la búsqueda de seguridad por medio del control. Llenamos la agenda para no enfrentarnos a nuestra soledad interior; vigilamos nuestro cuerpo para escapar de la idea del final; evitamos la oscuridad porque nos recuerda que hay aspectos de la vida que no podemos controlar del todo.
Sin embargo, estos temores no necesariamente deben vivirse como enemigos. Reconocer estos miedos no implica rendirse a ellos, sino reconocerlos y poder gestionarlos para que dejen de limitarnos. Si leyendo este artículo sientes que algo te ha removido, te invito a contactar conmigo. ¡Te acompañaré a enfrentarte a estos miedos y a que consigas reencontrarte con tu mejor versión!